martes, 13 de noviembre de 2007

From Dublin



ACTOS REFLEJOS
La inconsciencia de los días a veces es aspereza. Se nota como ese frío que te llega a los huesos. Noto que te estoy olvidando.
Casi que me lo estoy creyendo.
Ese loco que anda suelto. Ese esquizofrénico bipolar que se hace llamar Cupido.
Será.
Va a ser que es.
Le pongo la corbata a mi patetismo a ver si así gana algo de autoestima. Total, esos que se empeñan en defender "aunque la mona vista de seda..." me parecen unos auténticos idiotas.
Creo que estos zapatos de tacón pueden quedarle bien.
Me gustaría vestir sin imposiciones de sexo. Mezclar, jugar, escoger sin miedo a nada.


TORRE DE BABEL
Me desperté un día después de no haber dormido nada. Me miré al espejo con el ceño fruncido y desganada de verme.
Sin más ni menos -dilaciones- empecé a vomitar mil idiomas diferentes. Conceptos, ideas, palabras. Impotencia, incredulidad, platos rotos. Significantes, dolor, significados. Corrían por mi culpa sin dejarme vacía. Llenaron cada milímetro cúbico de las paredes de mis venas.
Mi lengua se movía tan rápido que, al tiempo que se me quedaba la boca seca, babeaba.
Es la locura castigando mi osadía. ¿Cómo pude pretender burlarme yo del amor? Tremendo error. Tremendo y jugoso.
Ahora, "Melibeo" soy y sólo tú eres mi lenguaje.
sólo contigo quiero
y en ti expresarme.


HUESOS
Quiero una clavícula mordiéndome los pies. La clavícula llega a entenderse cuando te llega el momento de la sorpresa. Lo que te deja fuera de juego hace que los huesos se estremezcan.
Los pies están siempre sucios. Caminan, corren, paran, cambian de dirección, soportan peso, deciden la dirección. Son asquerosamente poderosos por su innata capacidad de decisión.
Lo intenso de su elección depende siempre del valor que le sea otorgado a la meta.
Las mandíbulas comen emociones. Las muerden, las hacen pedacitos pequeñitos, pero siempre quedan restos entre los dientes. El sabor se pierde, pero lo putrefacto de los restos, sobrevive algún tiempo más.

13 de noviembre de 2007
Esta mañana he madrugado mucho. Los primeros cinco segundos han sido de pereza extrema. Después, me ha gustado hasta el frío de salir de la cama y he empezado a vestirme; tenía prisa por empezar el día, por invertir las horas en algo productivo, por sentirme útil y responsable.
Ahora, tengo prisa por perder el tiempo. Perderlo porque ya es eso desde el momento en que no estoy contigo. Perderlo porque si no están tus manos para las mías, no quiero caminos, ni productividad ni nada.
Tengo retos en las neuronas, tengo ilusiones, proyectos rondándome, motivaciones que me llevan más allá. Todo te lo cargas. Todo lo envías a la mierda. Porque nada de eso tiene sentido si yo no puedo ser yo del todo. Si no estás para explicarte mis sueños, para sonreír contigo, para explicártelo todo, prefiero no tener ninguna aspiración.
No debí madrugar tanto esta mañana.
Debí ronearme esos cinco minutos en la cama. Esos cinco que siempre se transforman en veinte. Esos que me sirven para terminar durmiéndome, para ir todo el día con la prisa metida en los talones. De esa forma, no hubiera pensado tanto y, al final, en contra de los prejuicios prefabricados, mi día hubiese sido realmente productivo.
MI DÍA HABRÍA SIDO PARA MÍ Y NO TAN TUYO.

PÍDEMELO



Si tuviera que encontrar un adjetivo para definirlo,
sería únicamente porque me lo pidieras tú. Pero poniéndome en tu lugar y conociendo esa ociosa curiosidad tuya y esa capacidad incansable de quererme nerviosa, soy capaz yo de imaginarte haciéndolo. Veo la cara que me pones, veo tus manos y tu impaciencia. Y entonces me veo a mí estrujándome el cerebro, queriendo parecerte ingeniosa e interesante. Me veo intentando encontrar la palabra adecuada para que resuene en tus adentros durante mucho tiempo. Ese término que pueda quedarse en ti. Ése que recuerdes cuando estés tumbado durmiendo a solas. Un "a solas" que signifique sin mí. Me veo intentando superar tus expectativas, sorprendiéndote, desbordándote.
Pero el fracaso se asoma a mis arterias y solamente se me ocurre decirte "patético". Lo que hago por ti es todo así, patético. Pero no se trata de un patetismo despectivo. Simplemente lo invicto de mis intentos no ha sido saboreado todavía. Es patético porque jamás seré la princesa de tus sueños. Porque superior a ti jamás será y porque yo me esfuerzo por seguir. Patético porque si se pudieran fotografiar las ganas, las mías serían sobrecogedoras y las tuyas, aparecerían en blanco.
Es como uno de esos momentos en los que imploras clemencia pero no a nadie en concreto, sino a eso que te provoca dolor. Le pones cara a lo que te hiere y te arrodillas para suplicar una tregua. Patético.
Es como uno de esos momentos en los que disfrutas de la soledad pero te gustaría ser observado a través de un agujerito en la pared. Aparentando que desconoces ese sujeto que te mira, pero conociendo absolutamente todo lo que ocurre. Patético.
Es como necesitarte como lo hago desde que te conozco.
Es como tenerte en un pedestal desde que yo misma allí te puse.
Es como lo atractivo de esto tan patético.
Lo patético de no controlar la muñeca al escribir lo que quiero decirte, pero no puedo. Patético.
Y es que el juego de ser feliz así se ha vuelto un vicio confesable.