domingo, 1 de junio de 2008

Una carta aquí y ahora.


Sentada. Bastante erguida. Desfilan por delante de mí las horas disfrazadas de gatas. Se contonean, arañan, erizan su pelo. Hasta maúllan. Me muestro impasible. No es únicamente una pose. No hablo de apariencia. Realmente me siento en un estado neutral.
Como si saber que no paro de pensar en ti no me doliera. Y es que no me duele. No provoca nada en mí porque lo causa todo a la misma vez. Tú me alteras y tú me relajas y ese equilibrio es el cascabel perenne colgado del cuello de esas gatas. Las negras -a pesar de tantas supersticiones- son las más bonitas.
Como negras las sombras de los huecos entre tantas palabras que te escribo. Como negros los deseos que convierto en barcos de papel. Soplo y soplo y soplas. Sonrisas.
Ambos. Siempre me gustó esa palabra.
Ahora no solamente me gusta, ahora la disfruto. Ambos. Expresando dos cosas pero al unísono, como cuando respiramos sin darnos cuenta (esto es, siempre).
Las imágenes son siempre más bonitas si tienen un punto negro. Como los dos puntos de mis cartas: ambos.
Sin más preámbulos, me despido. Tal vez uno más: quisiera fotografiarte a todas horas, casi perdida en locura, sin parar un momento, sólo flash, flash y más de tu luz.
Nunca tuya,
Dos.

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