La que nunca quiso volar

sábado, 4 de octubre de 2008

Preferencias

¿Cómo se mide la intensidad de las cosas? ¿En serio es todo un entramado tan complejo?
Quisiera saber qué hace que un momento, un gesto, se convierta en un mundo enorme para uno.
Qué me hace valorar unas cosas y otras.
Por qué no lloré con Bambi y, en cambio, cuando veo las noticias, no puedo evitarlo.
Por qué no me da miedo estar a oscuras y demasiadas luces me colapsan.
Por qué ya no comprendo demasiado bien el significado del término "normal", que cada vez se va deteriorando más y más en esa libreta vieja y desgastada.
Por qué si te tengo al lado necesito disimular que te necesito, valga la redundancia.
Por qué recuerdo unos momentos y olvido otros, con desdén.
Y sin pretenderlo, he vuelto a lo de siempre.
Un nivel a ras de suelo con un saco de preguntas en blanco negro encabezadas todas de por qués.
Prefiero perder el tiempo contigo a aprovecharlo con cualquier otro.

viernes, 12 de septiembre de 2008

Ya no.


Todos hacemos cosas de las que nos entimos orgullosos.
Actos que nos llevan a un estado de satisfacción personal.
Pero también todos hacemos cosas que desearíamos que no salieran a la luz.
Actos que nos llevan a no reconocernos a nosotros mismos.
Actos que nos hacen preguntarnos: ¿cómo he podido hacer esto?

Tú sabes lo que soy y lo que no soy. Sabes lo que siento porque siento que así es.
Las ganas de que seamos lo que siempre soñé me invaden sin parar.
Lo imagino y esta vez, la realidad supera la ficción.
Quiero acariciar esta realidad tan nuestra.
Porque ya no tengo que esforzarme para ti ni para mí.
Porque ahora sólo tengo que respirar y sentirme tuya.
Y tú tan mío que ya ni asusta.
Esta vez no va a hacer falta pedir la hoja de reclamaciones.
Ni siquiera el tiquet por si tengo que realizar algún cambio.
Esas dudas ya no existen.

viernes, 29 de agosto de 2008

La culpa es de los bichos.



Deja tu mente en blanco. Pero no por mucho rato, eso eliminaría tu entidad. Bastan meros segundos.
Inmediatamente después, piensa en un cielo con tres azules diferentes, dos nubes y un sol. Eso configurará el fondo más lejano. Sobrepuesto a este fondo, imagina un césped mal cuidado y justo en el centro, dibuja el banco de un parque de barrio: de esos con la madera gastada, el barniz deportado y grafitis sin demasiado sentido.
En ese banco, no demasiado en el medio, sino más bien hacia la izquierda, piensa en alquien.
Sí, en alQUIEN, no en alGUIEN. No se trata de un error tipográfico, sino de un vocablo al que tú ahora vas a dar contenido y, no sabemos todavía, si sentido.




Alguien puede ser cualquiera, pero alQUIEN, no.
Alquien es quien te hace respirar, a quien dedicas tus gestos.
Alquien es el espectador del circo de tu vida a quien quieres transformar en protagonista.
Alquien es quien no te lleva el delirio, sino que ES tu delirio.
Alquien es quien has imaginado tocándote pero no demasiado rápido. Tampoco demasiado lento.
Alquien es ese quien exacto.
Ese no deshoja margaritas, sino que se las come. Se come las margaritas con espasmos rápidos y casi violentos. Su cara es vulgar, casi agresiva. El patetismo focalizando en una boca entreabierta. ¿Notas sus incisivos clavándose en el tallo de esa margarita ordinaria de parque urbano? Lo notas. Notas la savia y hasta el insecto ese minúsculo. Ese del que no sabes el nombre. Porque es fácil saber qué es una mosca, qué es una mariposa o qué es una mariquita... Pero la grandeza del mundo de los insectos no la puedes abarcar. Son tantos y tan distintos, que confío en que algún día dominarán el mundo.
Alguien, llegados a este punto, pensará que estoy algo loca. O que estoy jugando.
Pero a mí me da igual porque ALGUIEN, recordemos, NO es ALQUIEN.
El que sigue en tu imaginación, sigue derritiéndose en esfuerzos por tragar las margaritas casi obsesivamente. Pierde el tiempo.
¿Y tú, lo pierdes con alquien?
Cuidado, no te atragantes.

martes, 19 de agosto de 2008

Recuerda su vida antes de nacer... ¿o eso no es vida todavía?


Ella era del tipo de chicas que sólo dejaba dos opciones: podías adorarla toda entera u odiarla a rabiar de la misma forma. Punto de inflexión a la hora de llegar a un acuerdo.
La conocí en el Parque del Retiro de Madrid. A mí no me gusta Madrid, pero sí me hechiza ese parque. Puede ser muchas cosas menos un parque: un rincón, una pista de aterrizaje de emociones, un colchón de eventos inesperados...
Se sentó a mi lado. Giré ligeramente la cabeza al notarla tan cerca de mí, le miré a la cara y le sonreí, de forma conciliadora. Al contrario de lo que yo esperaba, no me devolvió la sonrisa. En ese momento me sentí idiota. Me hizo sentir idiota. Idiotamente educada.
"Qué simpática" - pensé yo, irónica.
Tampoco me saludó ni me dijo su nombre. Empecé a mirarla de reojo. Me encanta mirar de reojo.
Una colección de al menos diez pulseras hippies en cada muñeca y una tobillera con cascabeles.
"Muy alternativa".
Una apariencia de niña de ventitantos de esas que, cuanto más despeinadas, más bonitas.
Sin maquillar, con chanclas de playa y dos ojos verdes enormes, que despertaron mi envidia. No puedo decir envidia sana porque mi discreta opinión es que la envidia nunca puede ser sana...
Pero este es otro capítulo, no quiero desviarme mucho más del tema.
Disfruté como una loca hablando con aquella desconocida. Más bien escuchando, porque yo apenas dije nada.
- Yo no soy como tú. Sé de dónde vengo. Conozco más de lo que me gustaría. Recuerdo estar en el vientre de mi madre. Recuerdo los nutrientes, los olores, los colores, el ambiente, la textura, la paz. Recuerdo las paredes, mis ganas de salir, mi miedo por lo mismo. No olvido porque si yo no hubiera sido consciente, no habría nacido. Fui partícipe porque así lo decidí. ¿Tú recuerdas aquello?
- Por supuesto que no - contesté yo. Y contra todo pronóstico, no me asustaron sus palabras. No era una loca ni una borracha ni nada por el estilo. Sabía lo que decía. Yo estaba convencida. Le pregunté su nombre.
- Me llamo Tierra. Tú esperabas más de ti. Yo también de vosotros.

Y entonces y sólo entonces, me sonrió.

domingo, 17 de agosto de 2008

¿Qué te pone nervios@?

Me gusta hacerte pensar que ya no me gustas.
Verte preocupado, nervioso, convertido en una máquina tragauñas.
Verme nadando en el mar de la tranquilidad y el poder que otorga el control.
Cambiar mi gesto y mi actitud y mi semblante y todo de repente, in situ.
Y entender que tú no entiendes nada.

Disfruto con ese juego perverso.
Yo no puedo confesártelo, porque perdería valor mi sonrisa a escondidas.
A veces me siento en el metro y empiezo a leer, pero no puedo. Intento concentrarme en ello, pero resulta en vano: no dejo de pensar en tus cejas arqueadas y preocupadas.
Me encanta decirte adiós con propiedad, para que pienses que no vamos a vernos más.

Llámale a todo esto "Impuesto sobre la Renta de Inseguridad Total". Para entendernos.

lunes, 14 de julio de 2008

Cada uno avanza o retrocede como mejor puede y sabe.
Esos movimientos son decisivos.
No soy nadie para dar consejos, no es una actividad que me haya llamado la atención nunca. Pero dicen que soy buena y acierto casi siempre.
Estoy harta del "tienes razón" porque siempre que lo escucho, proviene de una boca ajena y no de la mía y para mí.
No sé cómo ayudarme. Es más, ni siquiera sé si necesito ayuda.
En realidad, no me va tan mal. Me quejo por puro vicio. Por rellenar papel. Por no parar quieta. Por sentir que algo se me mueve por dentro.
Odio esos libros de autoayuda tan patéticos y tan de moda a la vez.
Se explota la psicología hoy en día como algo tan banal que da profundo asco.
No vas a ser mejor porque leas 2 páginas al día.
No vas a ser feliz porque un libro te dé las claves.

martes, 24 de junio de 2008

Pros y contras del verbo "soler"


Verbo "soler":
(Diccionario de la Real Academia Española, Vigésima edición).
-Del latín, solere. Intransitivo defectivo. Dicho de un ser vivo, tener costumbre.

Solíamos entendernos sin palabras. Pero también con ellas. Y eso me encantaba, porque me gusta charlar y no darme cuenta de que pasan las horas. Admiro una buena (o mala, qué más da a veces) conversación. Interlocutores haciendo el amor con una oratoria sin ensayar.
Solíamos besarnos mucho. No lo hacíamos como en las películas, con los ojos cerrados, emulando un éxtasis terrenal, sino que lo hacíamos con los ojos abiertos como platos: atentos, concentrados, pero sin pensar en nada. Poniendo atención en el beso, inventando rituales de dibujos en la carne de los labios.
Solíamos suspirar abrazándonos. Sin creernos todavía lo que pasaba: felicidad a raudales, que casi se nos escapaba entre los huecos que nos quedaban por cubrir. Suspiros que llenábamos de cerezas. Unas cerezas rojas, no demasiado maduras, frescas y poco dulces. Como yo.
Solíamos hacerlo y solía encantarnos.
Qué poco hablamos anoche.
Qué poco se buscaron nuestras bocas.
Ni un suspiro se oyó entre tanto ruido.

"Soler": dicho de un hecho o de una cosa, ser frecuente.
"Echar de menos": del portugués achar menos, hallar menos. Advertir, notar su falta.

Pues sí, después de tanto soler, se nota.