miércoles, 5 de marzo de 2008

Cuento


Érase una vez -y utilizo la forma "érase" porque la prefiero frente a "había una vez" por la impersonalidad intrínseca de ésta última- un alma.
Nació sin conocerse demasiado ni hacerse mucho caso. Y con mucho pelo también. Creyendo, a falta de espejos, lo que de ella decían. Pero ahí ya estamos hablando de cuando creció. Ese proceso de mirar alrededor lo hizo según los cánones marcados. Pero solamente a modo de estrategia. La observación era el punto de partida de la rebeldía. Descubrió que el más allá no es únicamente un lugar tenebroso del que se habla en los programas de frikis a altas horas de la madrugada. Era un aquí y ahora.
Optó por sentirse libre, tan libre como las putas que terminan su trabajito y como los gays que salen del armario.
No quería volar. Quería alquilar el cielo para ella solita. Fue preguntando, pero los alquileres estaban por las nubes. Así que se hizo okupa. Luchaba sin convicción pero con la inercia que sólo tienen las almas.
Y llegó donde quería llegar. Consiguió lo que se había propuesto.
Pintó todo sin lienzo ni óleos.

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